Robert Maillart (1872-1940) es uno de esos ingenieros geniales, que representan un antes y un después en la ingeniería. Protagonista de una vida personal digna del mejor guión cinematográfico, Maillart convirtió en arte, con personalidad propia, el proyecto y la construcción en hormigón estructural.
La figura 1 muestra una vista del puente de Stauffacher, en Zurich, encargo del Ayuntamiento de la ciudad. Maillart concibió una bóveda tri-articulada, solución ensayada con éxito en la estructura metálica, pero apenas planteada explícitamente en obras de fábrica. Como puede verse, sobre el trasdós de la bóveda, Maillart levantó unos tabiques que darían soporte a la plataforma, también de hormigón armado. Aunque mediante este sistema se obtuvo un importante ahorro económico y de plazo, el Ayuntamiento obligó a forrar el puente con piedra, como correspondía, según los cánones de la época, a un puente urbano, para el que no resultaba suficientemente digno un puente de hormigón.
Figura 1. Puente de Stauffacher (1899). Maillart se vió obligado a camuflar, tras una apariencia ortodoxa, una losa triarticulada de hormigón.
Sólo cuatro años después del puente de Stauffacher, Maillart tiene la oportunidad de proyectar y construir el puente de Zuoz, en el que el hormigón se muestra ya sin pudor alguno (figura 2), exponiendo abiertamente sus posibilidades resistentes. Puede afirmarse que el puente de Zuoz, de sección cajón, es un puente moderno, en el sentido de que su apariencia formal es plenamente vigente a comienzos del s. XXI. No obstante, Maillart tuvo serios problemas para entender – y, por tanto, para explicar – unas extrañas fisuras inclinadas que aparecían en los paramentos verticales (tímpanos), cerca de los estribos. Incapaz de dar con el diagnóstico, Maillart consultó a su antiguo profesor Wilhelm Ritter, del Politécnico de Zurich. Varios meses después dio éste la clave: las fisuras oblicuas detectadas tenían su origen en la tracción inducida por el hormigón en las almas (tímpanos) de la sección cajón: hacía falta disponer armadura transversal en cuantía suficiente como para controlar la abertura de tales fisuras.
Figura 2. Puente de Zuoz (1904). El diseño formalmente moderno de Maillart permite emplear por primera vez la sección cajón de hormigón. No obstante, la fisuración del alma de los tímpanos motivó unas consultas a Ritter, quien imputó la fisuración al esfuerzo cortante.
El fenómeno se evidenció, no obstante, sumamente complejo. Tanto y tan mal debió pasarlo Maillart que no volvió a utilizar tímpanos de alma llena, sino aligerada, porque así es posible tener una idea más clara de la posición de los elementos resistentes. La figura 3 muestra el caso del emblemático puente de Salginatobel. Maillart hace gala en esta ocasión de pleno dominio del comportamiento de las estructuras y de las posibilidades del hormigón como material estructural. El único – y no pequeño – inconveniente fue el de tener que construir una importante y costosa cimbra.
El puente está constituido, como en Stauffacher, por un arco tri-articulado, pero con una inteligente disposición de las rótulas y de los espesores de las piezas, con la condición de que, para las combinaciones concomitantes, la excentricidad se mantuviera en el núcleo central del arco. También como en Stauffacher, Maillart utiliza unos tabiques, esta vez explícitos, de hormigón para dar soporte a un esbelto tablero del mismo material.
Figura 3. Puente de Salginatobel (1929). Representa la madurez de su autor en el conocimiento de las estructuras, el aprovechamiento máximo de los materiales y el juego relativo de rigideces entre tablero y arco.
La actividad de Maillart no se redujo al proyecto y construcción de puentes. Su incansable actividad abarcó también la construcción de edificios, naves, depósitos,… La figura 4 muestra el caso del empleo, por primera vez, de la losa fungiforme (losa de hormigón, de espesor constante, apoyada en pilares con capitel) con el fin de eludir la frágil rotura por punzonamiento. Ese fenómeno, el de la rotura por perforación de la losa al recibir una carga concentrada – la reacción del pilar sobre la losa – es altamente complejo y de muy difícil valoración analítica. Aún hoy existen diversas teorías y procedimientos que contemplan diferentes tratamientos del problema.
Para soslayar la espinosa cuestión teórico-analítica, Maillart actuó como ingeniero al estudiar el problema por la vía empírica. Empleó sus propios recursos económicos en la construcción y ensayo de prototipos, como se aprecia en la figura 4, que permitieran validar, por la vía experimental, los criterios de proyecto. Esa forma de proceder sigue siendo válida hoy día, como recogen los códigos estructurales al uso. Además, la técnica experimental, que él diseñó de manera muy personal, con dispositivos de medida que siguen empleándose en las pruebas de carga de la actualidad, constituía no sólo un sólido aval de sus sistemas, sino una magnífica carta de presentación de su solvencia técnica.
Figura 4. La “losa sin vigas” de la izquierda (almacenes Giesshübel, Zurich, 1910) es una losa de hormigón, de espesor constante, apoyada en pilares con capitel. Su aplicación práctica se vio precedida de una extensa e inteligente campaña de experimentación (1908) que avalaba técnica y psicológicamente el invento.
En los Magazzini Generali, Chiasso (1924), exhibió Maillart una prodigiosa plasmación de lo estricto, tan de moda entonces , es decir, del cumplimiento de un objetivo resistente con las menores cantidades posibles de material. Para eso, Maillart volvió a hacer gala de un asombroso dominio del comportamiento de las estructuras, en particular del flujo de fuerzas resistentes (figura 5). Como recuerda el prof. Corres, no es el resultado de una genial inspiración, sino el fruto paciente de un intenso estudio de las acciones y esfuerzos solicitantes, tras perseverante búsqueda de una equilibrada y estética forma estructural. No deja de recordar esta forma de proceder a la de nuestro Gaudí.
Figura 5. Magazzini Generali en Chiasso (1924). En esta estructura, de plena madurez creativa e intelectual, Maillart se divierte proponiendo una estructura de mínima cantidad de material – hormigón y acero – que expresa un profundo conocimiento de los mecanismos resistentes de la estructura.
Merece la pena destacar otra cualidad de Maillart: su perseverancia y su tenacidad. Arruinado su negocio en varias ocasiones, prisionero en la Rusia revolucionaria del final de la Primera Guerra Mundial, donde perdió a su mujer y a él mismo se le dio por muerto, aún fue capaz de levantarse sobre sus cenizas y aportar siempre algo nuevo y asombroso.