Carlos Fernández Casado (1905-1988) es uno de los ingenieros más entrañables y generosos con que ha contado la ingeniería española. “Don Carlos —escribe Antonio Bonet— tenía una inteligencia privilegiada a la que unía una bondad y cordialidad extremas. Gran conversador, con su temperamento sereno y apasionada palabra, enriquecía siempre a sus interlocutores. Don Carlos, pleno de ideas y con una curiosidad intelectual que no tenía límites, sabía crear en torno suyo un clima de cálido y cordial intercambio de ideas, de comprensión y razonamiento sobre los más distintos aspectos de la vida y del pensamiento” .
Nacido en Logroño Fernández Casado destacó pronto. A los 14 años ingresó en la Escuela de Caminos (entonces no había límite de edad; sólo bastaba haber aprobado el bachillerato) y terminó a los 19, en 1924. Siendo tan joven, su familia le animó a estudiar, en París, también ingeniería de telecomunicación, especialidad muy prometedora ya entonces. Terminó en 1927, y tuvo tiempo de recorrer y estudiar todas las catedrales de la Isla de Francia. De aquella estancia allí provino su amor por las catedrales góticas, sobre las que escribió unos maravillosos apuntes, que rezumaban tanto sentido estructural como sensibilidad hacia su ethos. Era un hombre que sentía la historia.
Sus primeros años de ingeniero de caminos (lo de las telecomunicaciones le interesó mucho menos) los ejerció en Granada, donde inició sus estudios de Filosofía y Letras, que terminaría en Madrid después de la guerra civil. Discípulo de Xavier Zubiri, su formación filosófica e histórica contribuyó sobremanera a hacer de él un ingeniero profundamente humanista, cercano a los grandes personajes del Renacimiento. Para completar su curriculum, estudió también Derecho, carrera que concluyó en 1973, con 68 años.
Amigo de García Lorca y Fernando de los Ríos, formó parte del grupo “Gallo”, movimiento vanguardista en el que destacó, con 23 años, definiendo las bases de su pensamiento: Ingeniería: Maquinismo y Arquitectura (1928). Aquel trabajo se vio seguido de otros como Teoría del puente (1951), Tres momentos del ingeniero en la Historia (1970), Naturalidad y artificio en la obra del ingeniero (1976) o Estética de las artes del ingeniero (1976).
En el febril Madrid de los años 30 comenzó su relación con el constructor navarro Félix Huarte. Con él hizo la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria (figura 1). También cercano a la Escuela, proyectó el puente de la carretera de la Coruña sobre el Manzanares, a la altura de Puerta de Hierro (figura 2). Ése y el puente de El Pardo sobre el mismo río (figura 3) son resultado de uno de sus trabajos técnicos más notables: la Colección de puentes de altura estricta.
Fig. 1 Facultad de Filosofía y Letras. Ciudad Universitaria, Madrid, 1932.
La finalidad de esta colección o catálogo para que el ingeniero pueda elegir el modelo más adecuado para solucionar el problema planteado, como el propio autor declara, es “salvar las luces prácticas más corrientes con la mínima pérdida de altura”. La figura 4 muestra las secciones típicas de los puentes de altura estricta. Como puede verse, acude al perfil acartelado como solución técnico-formal adecuada para ajustar lo mejor posible la exigencia de esfuerzos mayores y las ventajas resistentes del aumento de canto.
Fig. 2. Puente de Puerta de Hierro, paso de la Carretera de La Coruña sobre el Manzanares, 1934.
Fig. 3. Puente de El Pardo sobre el Manzanares, 1935. En la figura inferior se muestra un típico cuchillo de armadura de ese mismo puente, junto al mismo Fernández Casado.
En 1934 publicó la 1ª edición (le siguieron 8 más en España, una en Francia y otras más en Sudamérica) de su libro Cálculo de Estructuras Reticulares (figura 5). El libro constituye la introducción en España del método de Cross, propuesto apenas tres años antes por dicho ingeniero norteamericano, poco conocido por entonces. Fue libro de texto en muchas escuelas y facultades de ingeniería y arquitectura, pero no, paradójicamente, en nuestra Escuela.
Fig. 4. Secciones típicas de los puentes de altura estricta.
Fig. 5. Portada del libro Cálculo de Estructuras Reticulares, publicado en 1934.
Depurado después de la guerra civil , Carlos Fernández Casado reanudó su colaboración con Huarte. En 1944 y 1945 ganaron los concursos de una nave para el INTA y del estadio de Chamartín (figuras 6 y 7, respectivamente). Como ha escrito su hijo, Leonardo Fernández Troyano, a quien se sigue de cerca en esta parte del relato, “con el sistema de presentarse a las obras ofreciendo un cambio de estructura para abaratarla y mejorarla, ganaron muchas obras, y así la empresa fue creciendo hasta convertirse en una de las grandes de aquel momento”.
Fig. 6. Nave de montaje para el INTA en Torrejón. Plano de la semi-sección de la viga-lucernario y fotografía de la armadura de una viga Vierendeel de 10 m de luz.
El interés de Fernández Casado por el progreso de la construcción en otros países, compartido por Huarte, le llevó a visitar numerosos puentes en construcción en Alemania en los años 50. Ello le puso en contacto con la técnica del pretensado y con los novedosos sistemas constructivos por avance en voladizo sucesivo, como el empleado en el puente de los Nibelungos, sobre el Rhin. Curiosamente, esa técnica fue la que utilizó en la construcción de los brazos de la Cruz del Valle de los Caídos, proyecto en el que participó sin mucho entusiasmo, pero que le permitió entrenarse en dicho método, que pronto utilizaría en muchos puentes.
Una faceta especialmente interesante de la obra de Carlos Fernández Casado, ya destacada al referirse a su coetáneo Eduardo Torroja, es la de su interés por la investigación. Convenció a Huarte para montar, dentro de la empresa, un laboratorio de ensayo de modelos reducidos. Introdujo en España la técnica de la fotoelasticidad (publicó cuatro artículos sobre el tema en 1932), auscultó puentes por él proyectados y construidos, y confeccionó modelos de micro-hormigón, todo ello en la idea de apoyar y corregir sus cálculos en la evidencia del comportamiento real (figura 8). Toda una lección de inteligencia y humildad.
Fig. 7. Plano de la sección de uno de los pórticos integrantes de la tribuna del estadio Santiago Bernabéu y vista general del exterior.
En los años 60, Carlos Fernández Casado ejercía, como tantos pluriempleados de la época, simultáneamente como empleado de Huarte, funcionario de la Jefatura de Puentes del Ministerio de Obras Públicas, catedrático de la Escuela y, además, decidió fundar la oficina de proyectos que lleva su nombre. En los ratos libres se dedicó a la arqueología y a la historia. Descubrió un sifón romano e inició, entonces, una serie de estudios sobre ingeniería romana, que admiraba profundamente.
Fig. 8. Ensayo hasta rotura del modelo con micro-hormigón del puente de la Chantrea, en Pamplona. Modelo de plástico del puente arco-tímpano de Mieres, sobre el río Caudal. Modelo de paso superior de Galapagar, en la N-VI.
Ejemplo de sensibilidad por el entorno es el puente de Mérida (figura 9). Vecino, a respetuosa distancia, del puente romano, el puente de Fernández Casado toma del antiguo las pilas con aligeramientos sobre los arranques. Como innovación, los arcos son cuchillos prefabricados, montados con el sólo concurso de una torreta intermedia. La prefabricación fue otra de las muchas cosas que despertaron el interés de D. Carlos.
Fig. 9. Puente de hormigón, de arcos prefabricados, en Mérida (1965) sobre el Guadiana.
Como se ha dicho ya, Fernández Casado es uno de los ingenieros que introduce en España la técnica del pretensado y de los nuevos sistemas constructivos. Ejemplo de todo ello, en un país que empieza, poco a poco, a erigir un sistema moderno de infraestructuras, es el puente de Castejón, sobre el río Ebro (figura 10).
Fig. 10. Puente de hormigón pretensado sobre el río Ebro, en Castejón (Navarra) durante la construcción y en estado final.
Fernández Casado unió a las cualidades expuestas la de haber sabido crear escuela. Maestro de generaciones de ingenieros, D. Carlos ha tenido también, en la oficina de proyectos por él fundada, una continuidad de la máxima categoría mundial. De sus incursiones en el mundo de la arquitectura hablan por sí solas dos realizaciones: Torres Blancas, en colaboración con Sáenz de Oíza (1964), figura 11, y las Torres de Colón (1970), en colaboración con Lamela, figura 12. En ambos ejemplos supo dar, con sus colaboradores Manterola y Fernández Troyano, el toque ingenieril del que no puede prescindir el arquitecto.
Consciente de esa función, Fernández Casado escribió en La arquitectura del ingeniero (1975): “La fórmula de Le Corbusier para la arquitectura del arquitecto: «juego sabio, concreto y magnífico de volúmenes agrupados bajo la luz» es inadecuada al ingeniero; no se trata de volúmenes sino de masas que pesan y resisten. La arquitectura del ingeniero arraiga en lo cósmico, forzándole a una actitud ascética ante la Naturaleza, contención estoica frente al atractivo de lo superfluo; actitud no intemporal, pero sí independiente de las modas”. Estas reflexiones, expresión de un profundo pensamiento, dicen mucho de uno de los más grandes personajes de la ingeniería española y mundial.
Fig. 11. Torres Blancas (1964), en colaboración con Saénz de Oíza (arquitecto) y Manterota y Fernández Troyano (ingenieros).
Fig. 12. Torres de Colón (1970), en colaboración con Lamela (arquitecto) y Manterola y Fernández Troyano (ingenieros).