19/07/2017

Novela

El proyecto consiste en escribir una novela negra con base matemática entre todos los interesados.

Instrucciones

Toda persona interesada en participar deberá leer el contenido de la novela hasta ese momento publicada.

Después, rellenando el formulario que se encuentra al final de esta página, puede introducir su aportación a la misma continuando con el desarrollo ya escrito y enviarlo. Una vez que dicha aportación haya sido aprobada aparecerá como continuación del texto. Así iremos entre todos configurando la historia.

Normas:

  • La novela debe encuadrarse dentro del género “novela negra”
  • Debe tener el mayor contenido matemático posible, es decir que esta ciencia esté presente, en la medida de lo posible, en gran parte del desarrollo de la historia.
  • Mientras haya alguna aportación pendiente de ser aprobada, el formulario para enviar nuevas aportaciones estará deshabilitado.
  • Si quieres contactar con nosotros para comunicarnos cualquier errata o problema que hayas encontrado en la novela, puedes hacerlo a través del correo: marilo.lopez@upm.es

Idea del argumento y personajes

La novela se desarrolla en el mundo universitario.

Protagonistas:

  • María Sanz: Profesora del Departamento de Matemática Aplicada de la ETS de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid.
  • Javier González: Amigo de María y compañero de investigación de la profesora. Compartieron su primer trabajo en una universidad privada en la que Javier sigue trabajando y son amigos desde hace más de 15 años.

Otros personajes:

  • Podéis ir añadiendo personajes a la historia, así como desarrollar los que vayan apareciendo. No es aconsejable que aparezcan demasiados personajes.

Boceto del argumento:

Aquí dejamos una idea que puede continuarse, matizarse y modelarse según las aportaciones de cada uno de vosotros.

Argumento

María y Javier se ven una vez a la semana para trabajar en el despacho de María en la Escuela de Caminos. El Departamento de Matemática Aplicada ha perdido algunos profesores en los últimos años. Han sido muertes repentinas, no esperadas, pero todas ellas naturales, o eso cree todo el mundo.

Un día, tras la muerte inesperada de otro compañero y casi por casualidad, María encuentra una curiosa relación matemática entre los números de los despachos de los profesores que han fallecido. A partir de eso nace en Javier y María una casi obsesiva necesidad de saber si realmente está pasando algo en el departamento.

CAPÍTULO I

Aparcó el coche en el parking de profesores de la escuela. Pese a que los sitios no estaban asignados, prácticamente siempre aparcaba en la misma plaza.

Hacía un frío que cortaba, normal para ser enero. En ciudad universitaria siempre había unos grados menos que en el centro de la ciudad. Los fumadores que normalmente estaban debajo del enorme cartel de Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, se escondían a esas tempranas horas entre las dos puertas de entrada donde fumaban sus cigarrillos esperando que nadie les llamase la atención.

Salió del coche y cogió su bolso de trabajo que se colgó como una bandolera. Los bedeles ya le decían que parecía una “cartera” de las de antes, y con paso rápido y agachando la cabeza para cubrirse del frío se dirigió a la puerta de entrada.

Saludó a los alumnos concentrados en la puerta. Siempre saludaba a todos los que se encontraba porque no estaba segura si habían sido o eran alumnos suyos. Nunca había sido buena fisonomista, la verdad es que lo que era es un poco despistada. Además, ya hacía casi 12 años que trabajaba como profesora en el Departamento de Matemática Aplicada de la escuela y la mayoría de las caras le sonaban por un motivo o por otro.

Ya en su despacho, encendió el ordenador y preparó el material de la clase de Cálculo II que tenía en unos 15 minutos. Sonó el teléfono:

– ¿Sí?
– Hola Mari, ¿qué tal todo?

La voz de Javier sonaba alegre como siempre. Era una persona optimista, calmada y de temperamento objetivo. Quizás el mejor matemático con el que María se había cruzado y también quizás su mejor amigo.

– Pues de lunes qué quieres que te diga. Cuéntame.
– ¿Nos vemos mañana para seguir con lo del artículo?
– ¡Ah no, no puedo! Mañana es Santo Tomás de Aquino y tengo que ir al acto, como me dan el premio…
– ¿Qué premio? No sé nada de eso.
– ¿No te lo había dicho? Me dieron el premio de innovación educativa para profesores de este año y se entregan en el acto de Santo Tomás.
– ¡Pero mira que eres burra! No me habías dicho nada.
– Bueno, si es que tampoco es nada. Además, como me lo dijeron hace tiempo y no se entrega hasta mañana, pues se me olvidaría.
– ¿Y podemos ir a verte?
– ¡Pero si eso es un tostón! Se entregan todos los premios de la universidad, los títulos de doctor y no sé cuántas cosas más. Ya te digo, una pesadez.
– Bueno, bueno, ya me cuentas entonces. Hablamos el miércoles y quedamos ¿vale?
– Besos.
– ¡Y enhorabuena!
– Uff, bueno, sí gracias.

Bajó a clase y empezó recordando a los alumnos lo que habían visto la semana anterior. Como hacía muy poco que había comenzado el segundo semestre y los alumnos eran nuevos para ella, había cambiado de grupo con respecto a las clases del primer semestre, el ambiente en el aula era todavía un poco tenso. Siempre pasaba eso durante las primeras clases. Ni los alumnos se sentían con confianza ni ella tampoco los reconocía todavía como “sus” alumnos. Pero era cuestión de días. Enseguida se conocería las caras, algunos nombres y todo sería mucho más cómodo.

El martes, otro día frío y un poco gris, salió con tiempo suficiente hacia el rectorado de la Universidad Politécnica de Madrid. No quería llegar tarde al acto de Santo Tomás de Aquino. Además el parking del rectorado se llenaría y si no conseguía sitio no tenía muy claro dónde podría dejar el coche.

Ya en los alrededores se veía movimiento, muchas togas, jóvenes trajeados acompañados de sus familiares y bastantes coches esperando entrar en el aparcamiento. Estacionó donde pudo y se dirigió a la entrada del rectorado.

– ¡María!

Una voz la llamó desde atrás. Al volverse se alegró mucho de ver a Pablo, compañero del departamento. Pablo era un hombre de unos cincuenta y cinco años, era una persona ingeniosa, ácida y que siempre tenía un comentario jocoso con el que te reías. María se llevaba bien con él, algo a veces poco habitual entre compañeros en muchos departamentos de las universidades.- Pero Pablo, ¿qué haces por aquí?
– Vengo al acto, es que me entregan la medallita esa por los veinticinco años de servicio en el cuerpo.
– ¿No me digas? ¡Mira que eres viejo!
– Anda, anda, es que empecé muy pronto que es distinto. Y tú ¿qué haces aquí?
– Me entregan el premio de profe de innovación educativa de este año.
– ¡Pero bueno! ¿Y no has dicho nada en el departamento? Yo no sabía nada.
– Si es que tampoco es nada. La verdad es que no se lo he comentado a casi nadie.
– Mira que eres… ¿Has estado alguna vez en este acto? Yo no sé nada de estas cosas.
– Yo estuve hace tres años cuando nos dieron el premio al mejor grupo de innovación educativa. Un poco tostón, la verdad. Mucho discurso, muchos estudiantes recogiendo diplomas, mucho profesor, mucha toga…
– Bueno, pues vamos y a ver qué tal ¿no?

Tuvieron que esperar una cola un poco larga para entrar en el salón de actos. Una vez dentro se separaron, cada uno tenía asignado un asiento. El salón estaba lleno y muchos grupos de profesores se concentraban hablando y saludándose entre sí. Los directores de todas las escuelas de la universidad se encontraban sentados en la parte delantera de la sala con sus respectivos trajes académicos. Todo muy a la americana.

María saludó a Manuel el director de la Escuela de Caminos. Le tenía mucho aprecio. Era un profesor joven, entusiasta, campechano y con muy buenos propósitos. Hablaron unos minutos en los que el director le reiteró su enhorabuena y María se sentó en su asiento.

Diez minutos después de la hora prevista, el rector tomó la palabra. Llevaba poco tiempo en el cargo, había habido elecciones el año anterior y todavía estaba aterrizando en el cargo. Fue un discurso formal, como siempre en estos actos, que todos los presentes escuchamos, unos con más interés que otros.

Fueron sucediéndose las diferentes acciones: entregas de medallas, diplomas, hasta que llegó el turno a los premios. La secretaria tomó la palabra:

– Entregaremos ahora los premios de innovación educativa de este año. El premio de profesorado ha recaído en la profesora del Departamento de Matemática Aplicada de la ETS de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, María Sanz del Valle.

Aplausos en la sala.

María se levantó y dando la mano al rector, recogió el diploma. La secretaria le pasó entonces el micrófono para que dijera unas palabras. María no lo esperaba y por un momento se quedó bloqueada. Tras unos segundos, tomó el micrófono y se desplazó detrás del atril.

«Muchas gracias. Quiero agradecer a todos los miembros del grupo de innovación educativa al que pertenezco su trabajo. Este premio es también de ellos. Sobre todo, quiero también agradecer al equipo de Didáctica y Educación de esta universidad su apoyo y esfuerzo. Son ellos los que con su trabajo y dedicación nos permiten desarrollar nuestros proyectos e ideas.

No sabía que tenía que hablar y no traigo nada preparado pero como yo hablo por obligación y por devoción, permitidme decir algunas palabras.

Querría aprovechar para hacer un poco de apología de nuestra profesión. En la mayoría de nuestros nombramientos, la palabra PROFESOR es la primera que está presente: profesor titular de universidad, profesor asociado, profesor contratado doctor… Pero eso, en numerosas ocasiones, se nos olvida. En cierto modo, es lógico que se nos olvide porque es ésta una profesión maltratada y poco valorada.

Digo maltratada porque a mí, como profesora de universidad, me sale mucho más rentable publicar un artículo con índice de impacto que dedicar mi tiempo en diseñar nuevas estrategias de aprendizaje para mis estudiantes, prepararme bien las clases o crear materiales de utilidad para los alumnos. Tener artículos me permite estar en ciertos tribunales, me abre algunas puertas, me permite promocionar, me genera cierto dinerillo (tampoco nada para tirar cohetes, pero algo es algo) y me supone reconocimiento por parte de mis compañeros. Lo demás, no tengo muy claro qué me proporciona si no es la propia satisfacción de hacer bien las cosas.

Digo poco valorada porque existe en la sociedad la muy errónea teoría de que enseñar es fácil, que es condición suficiente saber de lo que uno habla para poder transmitirlo correctamente. Nada más lejos de la realidad. Enseñar es una tarea muy difícil y hacerse entender es complicado y cada vez más. Las carencias que encontramos en nuestros alumnos son cada vez mayores y la motivación con la que vienen es en muchos casos pequeña.

Por todo ello hago desde aquí un llamamiento para que hagamos respetar muestra profesión. Claro que para ello es condición necesaria que hagamos bien nuestro trabajo, nuestro trabajo de profesores.

Muchas gracias».

Por un momento la sala se quedó en silencio. Fue Manuel el primero que se levantó del asiento y aplaudió. En no pocas conversaciones entre ellos habían puesto de manifiesto su postura común ante la dirección que estaba tomando la universidad en España. Un lugar donde sólo se valora el resultado investigador de los profesores y donde no se controla ni se valora de ninguna forma la preparación y dedicación docente de sus miembros.

Poco a poco se fueron sumando los aplausos, los más entusiastas procedentes de los estudiantes que se encontraban presentes. María bajó del escenario para volver a su asiento. Todas las miradas la siguieron y ella sentía su peso de una manera casi física.

La verdad es que soy un poco burra, pensó. ¿Por qué no me habré limitado a dar las gracias y ya está? Si es que siempre hago lo mismo.

El acto terminó y todo el mundo comenzó a desalojar la sala. María se movió lo más rápidamente que pudo hacia la salida para dirigirse al parking.

Se topó con Pablo que hablaba con un grupo de profesores que María no conocía. Él le guiñó un ojo y le comentó:

– Tú en tu línea, así me gusta, haciendo amigos… Pero la verdad es que tienes toda la razón. Enhorabuena por el reconocimiento. ¿No te quedas a tomar algo?
–  No me quedo, me voy a casa que tengo muchas cosas pendientes. Nos vemos mañana en la escuela.

 

CAPÍTULO Log(100)

El miércoles, cuando llegó a su despacho, ya estaba esperándola Javier.

– ¿Qué tal fue todo? ¿Ya tienes tu magnífico premio?
– Bueno, mejor no te cuento. ¿Llevas mucho tiempo esperando?
– No, cinco minutillos.
– Pues empezamos ahora mismo que a las doce es la misa por Julián y yo creo que deberíamos bajar.

Julián Martínez había sido profesor del departamento durante más de veinticinco años. Hacía menos de un mes que había fallecido inesperadamente de un ataque al corazón. Resultó un golpe impactante para todos los miembros del departamento. Había venido un martes a dar sus clases como todos los días, tomó su café en la cafetería con muchos de sus compañeros y no volvió nunca más. No sufría ninguna enfermedad que se supiera y pilló a todo el mundo por sorpresa. La misa iba a ser muy emotiva ya que Julián había sido un profesor muy conocido y apreciado tanto por los alumnos como por los demás profesores.

A las doce menos diez y María y Javier se bajaron a misa. Iban hablando en voz baja:

– Vaya racha que lleváis en el departamento, Mari. Tres fallecidos en muy poco tiempo.
– La verdad es que sí, yo estoy hasta un poco mosqueada. Esto no puede ser casualidad.
– No seas “conspiranoica”. ¿Qué insinúas? ¿Algún elemento tóxico en los despachos, en el ambiente…?
– ¡Qué tonto eres! No es eso, pero ponte a pensar un momento. La cosa es como para asustarse un poco.

Hacía poco más de dos años Miguel Segura, profesor de Álgebra del departamento, había sufrido un ictus estando en su casa y murió ese mismo día en el hospital. Era un hombre relativamente joven sin antecedentes relacionados con la enfermedad. No se relacionaba mucho con los compañeros ya que su dedicación en la universidad era parcial y pasaba poco tiempo en la escuela. No obstante, fue un suceso que impresionó a todos por lo inesperado del caso.

Poco más de un año después Alberto Cano, profesor emérito que había trabajado en la escuela desde hacía más de cuatro décadas, sufrió una parada cardiaca saliendo del despacho y falleció de camino al hospital. Es verdad que en este caso, estamos hablando de un hombre de más de setenta y cinco años pero, aun así, era una persona sana, dinámica y de la que no se conocía dolencia alguna.

Ahora, menos de un año después de la muerte de Alberto, se estaba celebrando misa por la muerte del profesor Martínez.

La capilla de la escuela estaba totalmente llena de profesores, personal de administración y servicios y alumnos, sobre todo de los cursos altos. El ambiente era tenso y emotivo. Habló el director de la escuela y el del departamento de matemáticas y, tras unos 25 minutos, se dio por finalizada la misa.

Los asistentes fueron saliendo dificultosamente de la capilla y cuando María y Javier se dirigían al ascensor para volver al despacho, Juan Salcedo, director del departamento de matemáticas, llamó a María. Al volverse, María vio al director junto a Pablo.

– Hola María.

Miró a Javier y le saludó con un golpe de cabeza.

– Triste ¿verdad? Estamos todos un poco noqueados.

Javier y María saludaron con un leve movimiento de cabeza mirando, sobre todo, a Pablo.

Juan se dirigió directamente a María, hablando en un tono demasiado bajo y sin mucha convicción:

– Querría pedirte un favor. Verás ¿podrías encargarte tú de manejar las pertenencias de Julián, hablar con la familia, organizar esas cosas? No sé, como tú los conoces un poco y compartías asignatura con él. Me gustaría que las cosas no se complicaran como la última vez. ¿Te parece?

Tratar estos temas siempre era complicado. La mayoría de las veces los compañeros no conocen a las familias de sus colegas. Los despachos son como propiedades personales de cada profesor y gestionar todo lo relativo a las pertenencias es complicadísimo.

– ¡Uf! María resopló encontrándose entre la espada y la pared. Me encargo si no hay más remedio. Pero no tengo muy claro cómo hacerlo ni cuándo.
– No te preocupes, no hay prisa para nada. Solo quería que alguien se hiciera cargo para que la familia tenga un contacto con nosotros, alguien a quien dirigirse. Toma, éstas son las llaves del despacho. De todas formas, los conserjes tienen llaves, ya sabes. Gracias María.

Subieron los cuatro en el ascensor. Los primeros en bajarse fueron Juan y Pablo. Este último hizo un gesto a María al salir. Algo así como “hablamos luego”, a lo que María contestó con un pequeño movimiento de cabeza.

Al cerrarse la puerta del ascensor, Javier comentó:

– Joder, siempre te cae algún marrón.
– Pues la verdad es que sí.
– ¿Quieres que te acompañe a echar un vistazo y te haces una idea de cómo está la cosa para podérselo decir a la familia cuando quieran venir?
– Vale, si no te importa, te lo agradezco. No me hace mucha gracia entrar en su despacho y andar mirando sus cosas. Lo hacemos uno de los días que te pases por aquí para trabajar. Esperamos un poco que todavía me impacta mucho todo este tema.

 

CAPÍTULO [π]

Continuaron pasando los días con normalidad: clases, trabajo, reuniones. A mediados del mes de febrero se convocó un consejo de departamento. El orden del día, además de los temas fijos de siempre, contenía como puntos importantes, volver a pedir nuevas plazas de profesorado para cubrir las bajas sufridas y la reorganización de los despachos, asignando aquellos que estaban libres a profesores que pudieran incorporarse y a otros que lo habían solicitado.

El consejo se alargaba, como siempre pasaba, entre los comentarios de unos y otros, las diversas opiniones y las vueltas atrás sobre temas que siempre salían a colación en todas las reuniones.

Pasada la primera hora María, aburrida, comenzó a hacer garabatos en su hoja de apuntes. Jugueteaba con los números de los despachos que debían ser asignados. Eran, por supuesto, los despachos que habían ido quedando vacíos por las muertes de los profesores acaecidas en los últimos años. De pronto, un escalofrío recorrió su espalda y casi se le escapa un grito. Volvió a repasar sus anotaciones y tuvo que levantarse de la reunión, excusándose ante sus compañeros. Por un momento se sintió desorientada en los pasillos de la escuela. Se paró, respiró hondo y consiguió llegar al ascensor para subir a su despacho.

Pulsó el botón de llamada. Al llegar el ascensor, justo cuando iba a abrir la puerta, lo pensó mejor. Se cercioró de estar en la planta cero de la escuela y se dirigió al despacho número 10. Cuando llegó se fijó que ya no estaba la placa donde figura el nombre del profesor que hace uso del espacio. Era lógico, hacía unos dos años que el despacho estaba vacío. Después de pasar lentamente la yema de sus dedos por el número del despacho, se encaminó a las escaleras y subió hasta la planta segunda. Allí se paró delante de la puerta del despacho 25. Éste sí conservaba el nombre del último profesor que lo había utilizado pero que había fallecido no hacía todavía un año. Se quedó mirando el número que brillaba en la parte superior del marco de la puerta hasta que giró sobre sus talones y se dirigió pensativa hasta el ascensor.

Como siempre, el ascensor tardó una eternidad en llegar. Demasiado uso para un mecanismo tan viejo. Cuando por fin paró en su planta y las puertas se abrieron, María entro y lentamente pulsó el botón de la planta cinco. A llegar a su destino, nada más salir de la cabina, los ojos de María se posaron en el despacho que tenía enfrente. Un nudo se formó en su garganta. El rótulo “Julián Martínez: profesor de Cálculo” figuraba en un folio pegado en la puerta del despacho. María controló las lágrimas que casi se asomaban a sus ojos. Levantó entonces la mano derecha para tocar el número que sobresalía del marco superior de la puerta.

– ¡No puede ser casualidad! Repetía en su cabeza.

Giró bruscamente y casi corrió hasta su despacho. Al llegar, tardó más de lo normal en conseguir meter la llave en la cerradura. Se tiró casi literalmente sobre el teléfono y lo descolgó para llamar a Javier. Tuvo que marcar varias veces. Presionaba tan rápidamente los botones del aparato que se confundía una y otra vez.

Tranquilízate Mari, pensó para sí misma. Por fin, Javier levantó el auricular.

– ¿Sí? Contestó con su tono alegre de siempre.
– Yo creo que las muertes no son naturales, hay alguien detrás. He encontrado un patrón en los números de los despachos de los profes muertos.

María hablaba tan rápido que Javier tardó en reconocerla.

– ¿María? ¿Qué estás diciendo? ¡Quieres hablar más despacio!
– Pues eso, he encontrado una relación entre los despachos de los profesores que hemos perdido. Estábamos reorganizando los espacios y, de pronto, lo he visto clarísimo. Hay un patrón, una relación entre ellos.
– ¡Tú estás fatal! Tú y tus series de números. Pero vamos, ilústrame.
– Primero falleció Miguel, despacho 10. 10 se factoriza como 2 por 5, que si le quitas el “por” queda 25, que es el despacho de Alberto (despacho 5 de la segunda planta), segundo profesor fallecido. 25 es 5 por 5, que según este patrón da el número 55, despacho de Julián (despacho 5 de la planta quinta), al que estamos honrando.
– ¡Madre mía! Lo tuyo es muy fuerte. ¿De verdad que se te ha ocurrido esto así de repente?
– Que no hombre, de repente no. Es que me aburría en el consejo de departamento y he empezado a jugar con los números de los despachos que tenemos libres y que hay que asignar. Pero escucha lo que te digo. Según esto, como 55 es 5 por 11, el siguiente objetivo es el del despacho 511 (despacho 11 de la quinta planta). Creo que habría que avisar al inquilino de ese despacho. ¡Javi es el despacho de Pablo!
– A ver, a ver, mejor nos esperamos. Hablamos tranquilamente e indagamos un poco más, que igual te estás pasando de “imaginativa”. Además, no te preocupes tanto. En todo caso, si tu intuición es cierta, cuando la serie llegue a un número primo los asesinatos acabarán.

Javier hablaba a María con un tono entre jocoso y divertido. No estaba muy seguro si María le tomaba el pelo o realmente se estaba volviendo más loca de lo que ya estaba.

– Tienes razón. Por cierto, ¿el 511 es primo? Entonces sólo quedaría un asesinato… O, también podría ser que la serie se metiera en un bucle de números compuestos y no hubiera más muertos, ¿no?
– Me temo que no. Si seguimos enganchando números compuestos, el único límite es el número de despachos. Y 511 es compuesto: 7 por 73. Luego el siguiente sería el 773 (el despacho 73 de la planta séptima). No creo que haya tantos, por suerte…
– Bueno, en todo caso hay que mirar todo esto muy despacio. ¿Puedes venirte para aquí ahora y vamos al despacho de Julián a ver si encontramos algo?. Tengo las llaves.
– Pues Mari, ahora tengo dos clases más. ¿De verdad me estás hablando en serio?
– Qué sí hombre ¿es que no lo ves? Son mates tío, no puede ser casualidad.
– Bueno, bueno. Tranquilízate. ¿Me paso mañana? Puedo llegar sobre las 12:15.
– Yo termino clases a las 12:45. Nos vemos a esa hora en mi despacho. Besos.
– Hasta mañana y relájate.

 

CAPÍTULO 2Log(100)

Esa noche María apenas pudo descansar. Estuvo dando vueltas y vueltas en la cama. Soñó que el edificio de Caminos tenía infinitas plantas y, por tanto, infinitos despachos.

Soñó también con el viejo ascensor. Ella estaba dentro y había pulsado el botón de la quinta planta para visitar el despacho 55, el del profesor Martínez. Pero cuando las puertas estaban a punto de cerrarse entró corriendo el director del departamento de Matemáticas, Juan Salcedo. Y el ascensor pasó por la planta primera, la segunda, la tercera, la cuarta…, la sexta ¡¡¡No había quinta planta!!! El ascensor subía y subía, acelerando la velocidad. Y mientras María pulsaba inútilmente el botón PARADA DE EMERGENCIA, Juan Salcedo sonreía de forma diabólica.

Por fin, a las siete de la mañana, sonó el despertador. El mismo despertador que cualquier otro día María habría tirado por la ventana, hoy representaba, para ella, su salvación.

Y a las 12:45, como estaba previsto, entró Javier en su despacho para hablar sobre el «tema».

– ¿Qué tal estás? ¿Te encuentras mejor? ¿Se te han pasado ya tus ideas «conspiranoicas«?

– Mira, no me hables, que no he pegado ojo.

– Bueno, pues nada, nos vamos a la cafetería, nos tomamos algo y olvidamos este asunto de los factores y los números primos.

– ¡Qué olvidar ni qué olvidar! Javier, pensaba que estabas conmigo, que me tomabas en serio. Pensaba que habías venido aquí para que, entre los dos, aclaráramos este asunto de los despachos y las muertes inesperadas de nuestros colegas.

– Vale, vale. A ver, ¿qué crees que ha podido pasar?

– Mira, como te dije ayer por teléfono, tengo el presentimiento de que a Pablo le va a pasar algo por el simple hecho de ocupar el despacho 511. Tenemos que conseguir que lo cambien, ya. Y, por otro lado, hay que ir al despacho 55, el del pobre Martínez, para ver si hay alguna pista que nos aclare quién está detrás de todo esto y por qué. Así que, andando al 55. Y que conste que he dicho andando, no he dicho tomando el ascensor.

– Hija, que mandona estas hoy. Ya veo que no has dormido bien. ¿Y por qué no podemos coger el ascensor, si se puede saber? Pues nada, a subir tres plantitas andando.

Llegaron a la puerta del despacho de Martínez. María introdujo la llave en la cerradura, giró el pomo y abrió la puerta.

Ante ellos, un revoltijo de papeles y libros, todo tirado por el suelo. Alguien se les había adelantado. María, que venía resoplando después de haber subido los escalones de dos en dos, casi se ahoga.

– Hay que avisar al director, dijo Javier

– Javi, por favor, piensa. ¿Qué le vamos a decir al director, que hay un ladrón entre nosotros?

– Pues sí, eso mismo. Y que se encargue, de paso, de avisar a la policía

– Javi, que eres doctor en Matemáticas. Y Cum Laude. Deja de decir disparates. ¿Tú crees que la policía va a investigar este robo? Ni siquiera va a saber si se han llevado algo, nadie creo que pueda echar nada en falta. Si alguien puede interpretar lo que hay escrito en estos papeles esparcidos por el suelo somos tú y yo. Están llenos de fórmulas matemáticas, investigaciones muy avanzadas que solo un experto en matemáticas puede comprender. Para la policía estos papeles no significan nada. Para nosotros, puede que sí.

En cuanto a las muertes, bueno, en fin. Si decimos que los números de los despachos siguen una secuencia, un orden lógico…

– Ya, ya. Que nos tomarían por locos, vaya. Es que lo mismo lo estamos.

– Bueno, pues eso, Javi. Que no le decimos nada a nadie, de momento. Lo primero que vamos a hacer es tomar unas cuantas fotos de este desastre. Luego intentamos ordenar los papeles para saber en qué demonios estaba trabajando Martínez. Y no nos olvidemos de Pablo, ¿eh?  Tiene que cambiarse de despacho.

– Oye, mira, este Martínez tenía libros y libros. Y todas estas fotocopias, apuntes, además de sus propios manuscritos… Aquí hay material para una buena temporada. Si a eso añadimos que las hojas no están numeradas…, nos llevará meses ordenar, descifrar y comprender todo esto. ¿Qué pistas vamos a encontrar en estos apuntes?

– ¿Estás flaqueando, Javi? ¿Me estás diciendo que pasas? Estamos ante un caso gravísimo de robo de propiedad intelectual, además de asesinato. ¡Asesinatos! Y posiblemente haya más si no detenemos al autor. Puede que nosotros mismos estamos en peligro de muerte.

– No sé yo si lo que investigamos tú y yo le puede interesar a un asesino, últimamente no le interesa a ninguna revista.

– Muy gracioso, tío.

– Bueno, pues nada, nos llevamos todo esto y ya veremos. De momento nos vamos de aquí, que ya me estoy mareando con tanta formulita. Espero que tengas razón. Ahora vamos a salir de este despacho como si nada. Tan felices como cualquier viernes por la tarde. Esperemos que ya se haya ido todo el mundo a su casita, que ya es hora.

Pero no era así. La quinta planta estaba abarrotada. Parecía una manifestación. O por lo menos eso es lo que les pareció a María y a Javier. Les habría gustado no encontrar a nadie, pues iban cargados con bolsas negras de plástico, de las de basura. Una imagen sospechosa y poco glamurosa para unos profesores de universidad.

Entre alumnos y profesores, murmullos y risas, recorrieron sonrientes el pasillo saludando a unos y otros, como si nada pasara. Una profesora se paró un momento para hablar con María. Afortunadamente, ésta supo decir a tiempo el famoso «Bueno, luego te veo. Ya hablamos» y la profesora desapareció entre la multitud.

– ¿Tú crees que la cara de asco es directamente proporcional a la altura de los tacones? preguntó María, en clara referencia a la profesora que acababan de encontrar. ¿Cómo se puede venir a la universidad con esos zapatos?

– Déjate ahora de proporcionalidades, por favor. Vamos a tu despacho a dejar todo esto.

– Vamos por las escaleras, si no te importa.

– Pero ¿qué te pasa con el ascensor? Vamos cargados como mulas, las escaleras llenas de alumnos y ¿no podemos utilizar el ascensor?

– Luego te cuento lo del ascensor, ¿vale?

– Espero que sea una explicación congruente, para variar.

Bajar las cinco plantas por las escaleras fue como atravesar las calles de Calcuta. Al parecer, ese viernes por la tarde había una conferencia sobre Residuos Radioactivos e Hidrogeología que había atraído a alumnos de toda la universidad. El trayecto hasta el despacho fue eterno.

Una vez que consiguieron llegar, María empezó a buscar las llaves de su despacho por los bolsillos de su pantalón.

– Estupendo, toda la universidad nos ha visto. Y ahora ¿qué tenemos que hacer, inspectora?

En el preciso instante en que María se disponía a replicar a su cómplice, un golpe tremendo, un estruendo metálico, un estallido seco, hizo temblar las paredes de todo el edificio. 

Javier se volvió y vio gente corriendo de un lado para otro.

– ¡El ascensor, el ascensor!, se ha caído el ascensor- gritaban algunos.

María y Javier corrieron hacia el hall. María todavía cargaba con una de las bolsas negras de plástico que habían requisado del despacho de Martínez. Una multitud, guiada por puro instinto o por pura curiosidad, se agolpó frente a las puertas metálicas. Fue un momento de caos, de nervios. No se sabía si habría alguien dentro. Hasta que los conserjes lograron abrir las puertas.

En ese instante todos gritaron simultáneamente.  Luego se hizo el silencio más absoluto. María y Javier estaban detrás de una muralla de alumnos, imposible ver nada por encima de sus cabezas. Por la reacción de la gente quedaba claro que el ascensor no iba vacío en el momento del accidente. Pero, ¿quién iba dentro?

 – No, por favor, Pablo no- pensó María.

Luego miró hacia abajo, hacia el suelo del ascensor. La imagen era impactante: en medio de un charco de sangre había un zapato, un Louboutin negro con diez centímetros de tacón.

Recordó el «Bueno, luego te veo. Ya hablamos» y miró a Javi.

– ¿En qué despacho estaba ésta?

– María, por favor…

 

CAPÍTULO 251/2

María permaneció unos largos segundos pensativa, ausente, sólo en sus ojos se podía leer una enorme agitación interna. Parecía haberse olvidado del revuelo inmediato y haberse sumido en una alejada esfera abstracta y matemática.

-¿Y bien?- Le preguntó Javier.

– Repasemos los hechos: La secuencia numérica se basa en factorizar en números primos, donde cada cual indica la planta y el despacho del siguiente objetivo, ¿No es así?

Javier asintió algo desconcertado por la actitud de María, sin embargo, dejó que prosiguiera.

– Según esto, la serie finalizaría en 773 que es un número primo (planta 7, despacho 73). Además, no existen tantos despachos. Pero lo más importante, la secuencia debe contener en sí misma la totalidad de la solución: todos los números deben poseer un significado.

-Debe existir una variación que dote de significado a todos los números- replicó Javier
– Fíjate el 55 y el 511 son los únicos de la serie que tienen un factor primo de dos cifras…

Javier empezaba a desesperarse, ¿sería lógico intentar sacarle punta a todo?

-¿Por qué Pablo no ha sido la siguiente víctima? ¿Qué significa el 773? Creo que ahí está la clave del misterio.

Sirenas de policía interrumpieron la divagación de los profesores. Repentinamente, la horrorosa realidad volvió sobre ellos, varios cuerpos del orden y servicios de emergencia irrumpieron en el hall.

Según se consumía la tarde todo el recinto se transformó en precintos amarillos, operarios tomando muestras e interrogatorios. Javier y María permanecieron en el hall un tiempo indefinido, desbordados por los hechos. A última hora, les llegó el turno de prestar declaración. María dudaba de compartir su extraña teoría con la policía.

– ¿Les puedo hacer unas preguntas? Inquirió un agente con pinta de veterano.
Javier se mostró dispuesto a colaborar. Mientras Javier respondía, María observaba la escena tratando de serenarse. De repente, palideció y agarró fuertemente el brazo de Javier; un agente confiscaba la bolsa de plástico negra como prueba.

 Las preguntas de los agentes estaban enfocadas a cosas puramente logísticas de la escuela, hicieron bastante hincapié en asuntos relacionados con el ascensor, pero al ver que Javier y María no tenían mucha idea sobre el tema terminaron rápido con sus cuestiones. Al despedirse de ellos, el agente les preguntó por la bolsa de plástico.

– ¿Esto es de ustedes?

Ellos se miraron nerviosos y, tras unos segundos, Javier contestó:

– No, no.

El policía entonces apartó la bolsa y la colocó entre los objetos que podían ser de Alicia, la profesora fallecida.

Tras el “incidente” y el consiguiente shock, María intentó olvidarse un poco del asunto. Durante el día trataba de hacer vida normal, pero por las noches las pesadillas se repetían. En ellas se veía sujetando las poleas del ascensor y rodeada de sus alumnos pidiéndole tutorías sin parar. Primero venían 10, luego 25, luego 55 y luego había tantos alumnos que no podía ni contarlos. La última muerte había desconcertado totalmente a María, no encontraba explicación ninguna a la cadena de acontecimientos. Se habían roto sus esquemas.

Seguía con sus clases lo más normalmente posible pero el runrún de los asesinatos no la dejaba concentrarse completamente en su labor. Ya habían pasado seis días desde el “accidente” del ascensor, sin embargo, en la escuela se respiraba un aire cortado, como de novela de terror.

Un martes, María bajó a la cafetería de profesores antes de entrar a su clase y en su camino se cruzó con dos personas desconocidas que le hicieron sospechar.

Eran un hombre y una mujer que parecían estar husmeando y mirando entre los cuadros de la zona de profesores que abre paso a la cafetería. María se fijó en que uno de ellos llevaba una libreta amarilla en la que apuntaba datos. ¡Maldita miopía que no le dejaba leer bien lo que estaba escrito!

A lo mejor fue el olor a madera que desprendía esa zona de la escuela, pero un escalofrío recorrió el cuerpo de María y un pálpito le hizo estar segura de que aquellos dos estaban en cierta manera implicados en los hechos. ¿Tendrían algo que ver con la policía y la bolsa negra?

Al llegar a la cafetería se sentó en un hueco que había en la barra y se quedó pensativa.

– María, ¿qué te pongo?

– Eh…¿cómo?

– Que si te pongo un zumo, como siempre,…hoy se nos han pegado las sábanas, ¿eh?

– Sí, sí, ponme un zumo.

Pasaron los minutos y María estaba absorta en sus pensamientos intentando descifrar si algo tendrían que ver esa pareja en todo este asunto de los asesinatos.

Miró el reloj que estaba en la pared de detrás de la barra y se dio cuenta de que ya eran las 11.18 y su clase empezaba a y cuarto, así que salió corriendo dejando el zumo prácticamente entero.

Cuando llegó a su clase muchos de los alumnos estaban de pie, algunos asomados a la puerta con la chaqueta puesta esperando a que pasaran 5 minutos más de rigor para irse.

– Pensábamos que ya no venías- Dijo una de las alumnas que solía sentarse en primera fila.

– Sí, sí, venga, vamos entrando, que tenemos que hacer unas cuantas cosas hoy.

Ese día era importante, estaba previsto empezar con las integrales dobles y cuando María se dispuso a ordenar sus notas para comenzar la clase, le volvieron los malditos números a la cabeza: 10-25-55, 10-25-55, …

Con un sobresalto se dio cuenta de que como había salido corriendo de la cafetería no había pagado el zumo. Apuntó la palabra ZUMO en la primera hoja de sus apuntes para que no se le olvidara ir a la cafetería a pagarlo al salir de la clase.

Habían pasado 15 minutos desde que María había entrado en el aula. Estaba dibujando en la pizarra una figura, tratando de motivar geométricamente el significado de integral doble como volumen de un cuerpo, pero le temblaban las manos. Esta era una parte del temario que María disfrutaba especialmente, el hacer ver a los alumnos con «dibujos» la importancia de las matemáticas le parecía bonito, sin embargo, no estaba cómoda.

Algo pasaba en el aula, ese mismo halo de tensión contenida que había notado en toda la escuela se respiraba también dentro de clase, se había colado por las ventanas y los invadía.

Se dio la vuelta y miró hacia la puerta, la había dejado abierta. Como si tratara de aislarse del aire irrespirable que había fuera, fue a cerrarla, inspiró profundamente mientras volvía a la pizarra, dejó los apuntes a un lado y se sentó en una esquina de la mesa del profesor.
Hubo un momento de silencio en el que los alumnos se miraron los unos a los otros sin entender qué estaba pasando. María decidió sincerarse (al menos en parte) con los alumnos, al fin y al cabo podrían serle de ayuda.

– Chicos, os voy a poner un reto, tenéis que ayudarme a descifrar el siguiente número en una sucesión, ¿os acordáis de Cálculo I?

Los alumnos de la primera fila se dieron la vuelta y miraron a los de atrás que no sabían si reírse o tomárselo en serio.

Tras un gran silencio, alguien en primera fila dijo:

– ¿Esto tiene que ver con progresiones aritméticas?

– Sí, tiene que ver. Pero en este caso no parece una progresión ni aritmética ni geométrica.

Y con miedo, María, escribió los números separados con comas en la pizarra, dejando un hueco a la derecha de la última coma con la esperanza de que a alguien se le ocurriera algo:10, 25, 55.

Pasaron 3 minutos y nadie había dicho nada hasta que una mano se alzó al final de la clase.

– A mí me recuerda a la sucesión de Fibonacci.

Todos los alumnos se giraron y se quedaron perplejos mirando a su compañero, a alguno le sonaba el nombre pero no tenían demasiada idea de lo que estaba hablando.

– Sí, la sucesión de Fibonacci- continuó el estudiante – 1, 1, 2, 3, 5, 8,…En ella se va sumando una cifra distinta entre cada número y el siguiente. En este caso es la suma de los dos números anteriores. En la serie que tú has puesto María, al primer número se le aumenta otro (en este caso el 15) y luego al que queda se le aumenta el doble de lo que habías aumentado: 30. Supongo que así seguiría la cosa indefinidamente: 10, 10+15=25, 25+15*2=25+30=55,…

A María casi se le para el corazón. Si el chico estaba en lo cierto, el siguiente número en la serie sería 55+30*2=115.

En ese momento sonó el timbre de fin de clase y María salió corriendo a su despacho, descolgó el teléfono y al otro lado le respondió la voz alegre y tímida de Javier:

– ¿Sí?

– ¿Y si leemos 511 de derecha a izquierda en lugar de izquierda a derecha?

– ¿Mari, eres tú?

– Sí, sí, es que he estado hablando con los alumnos en clase, y…

– Para un momento, ¡¿lo has hablado con tus alumnos?! De todas formas, para continuar la sucesión habíamos quedado en ordenar los factores primos de menor a mayor, así que tiene que ser 5 y luego 11 y no al revés, ¿no?

– Creo que nos hemos estado complicando la vida con los factores primos, a lo mejor es mucho más sencillo que todo eso.

– No te entiendo, pero ahora mismo tengo tutorías y no puedo hablar, te llamo en cuanto termine, pero, por favor, intenta no obsesionarte más con el tema que-tú-ya-sabes, te vas a volver loca.

En ese momento llamaron a la puerta del despacho de María y una voz aguda saludó, Era Sara, la nueva profesora del departamento. Sara se había incorporado al comienzo de ese curso. Era una chica ruidosa, implicada en su trabajo, muy activa y sobre todo feminista. Daba la casualidad que había estado trabajando en la universidad de Javier durante un año y se había hecho muy amiga de él. María la había conocido en un cumpleaños de Javi poco antes de que entrara a trabajar en su departamento. Fue una sorpresa cuando se enteró de que la habían contratado para dar clase con ella.

– Hola Mari, ¿qué tal? Vamos a tomarnos algo anda, que esta escuela está impregnada de un «mal rollo» con esto de la muerte del ascensor.

– ¡El zumo!- Dijo María al ver esta palabra escrita en mayúsculas con su caligrafía entre sus apuntes.

– ¿Cómo?

– Nada, que sí, vamos, que me he tomado algo antes de ir a clase y se me ha olvidado pagar.

– Ja ja ja, no te imaginaba haciendo un «simpa» en la escuela, Mari, por favor,… pensaba que aquí la punki era yo.

Bajaron a la cafetería mientras Sara no paraba de hablar y gesticular pero María no era capaz de escuchar, no paraba de darle vueltas al tema de los asesinatos y los números.

Al llegar, la cafetería estaba vacía y el camarero limpiaba unos vasos aburrido y sacó una gran sonrisa al verlas y saber que iba a tener compañía.

– Hola, ¿qué queréis tomar?

– Pues a mí ponme un pincho de tortilla y un vaso de agua.

Sara y el camarero se quedaron mirando a María expectantes pero ella estaba como hipnotizada mirando a un extremo de la barra, Sara le dio un codazo y María contestó al camarero:

– ¿Puedes hacerme un bocadillo de… bacon con queso?

– Pues tengo que mirar si tengo, porque aún no hemos abierto cocinas…

Mientras el camarero se metía en las cocinas, María miró alrededor, y fue corriendo al final de la barra, mientras, Sara devoraba el pincho de tortilla.

– ¿Un bocadillo de bacon con queso? Pero si no es ni la una…

Aprovechando la ausencia del camarero, María se había abalanzado sobre la barra y como si se tratara de un ave rapaz se había tirado encima de algo que ahora tenía en las manos y miraba sin pestañear. Era el cuaderno amarillo. Seguramente la pareja extraña lo había olvidado allí.

– Vámonos, corre – dijo María nerviosa.

– Pero si no me he terminado la tortilla, estás rarísima, no sé qué te pasa…

– ¡Ahora te lo explico todo!

María cogió del brazo a Sara y las dos salieron corriendo con el cuaderno.
Subieron al despacho de Sara que estaba en la segunda planta y se cruzaron en la puerta con Beatriz, su compañera que se iba a dar clase.

– Cierra con llave y llama a Javi – dijo María en tono autoritario.

Sara no entendía nada, pero siguió las órdenes, marcó el teléfono de Javi y éste le contestó enseguida:

– Hola Javi, ¿qué tal? Que mira, está aquí Mari que está nerviosísima y dice que te llame pero yo no entiendo nada, está todo el mundo rarísi..

María le cogió el teléfono y solo pudo decir unas palabras antes de colgar:

– Tienes que venir corriendo. Tengo novedades y no me gustan nada. Estoy empezando a estar asustada de verdad.

Mientras hablaba hojeaba las primeras páginas de la libreta amarilla. En la primera hoja estaban escritos los datos de Alicia. Había conseguido ubicar el despacho de la profesora. La conocía de vista desde hacía varios años, pero no la tenía localizada. Su despacho era el 115 (en el primer piso, el despacho 15).

 

continuará…